I
Congelado ya el corazón
y muerta la esperanza mía,
hace tiempo que no ardía
la llamarada de mi ilusión.
Cuando en rápida aparición
como brillante rubí
sobre el cielo para mí
apareció una brillante estrella,
tan elegante y tan bella
cual nunca otra estrella vi.
Cautivado con tal trofeo,
regresa al corazón la confianza,
parece que la esperanza
renace con el deseo.
La observo, y al obsérvala creo
poder la galaxia cruzar
para poder su brillante luz tocar;
sin comprender mí anhelo,
sé que está muy distante el cielo
mas sé que imposible no es de alcanzar.
II
¡Demonios! Qué aflicción intensa
lo que el nuevo deseo dura:
¡amar con tanta locura
sin esperar recompensa!
¿Cómo la distancia inmensa
que hay desde el cielo hasta aquí
en mi ceguedad no vi
antes de amar a esa estrella?
¿Si yo no subo hasta ella,
acaso descenderá ella hasta mi?
En esta perseverante agonía
la aprecio con más constancia,
y al verla a tanta distancia
se engrandece mi fantasía.
Su brillo mis pasos guía,
su panorama aliento me da,
y es imposible que ya
deje de seguir su huella,
porque más radiante y más bella
la veo, cuanto más remota está.
III
Deja, pues, estrella pura
la puerta emparejada
y acerca a mí la inflamada
antorcha de tu hermosura.
Calma, estrella, esta locura
con que las ganas del querer
todo el fuego de tu ser
toma mi mente emocionada,
consumiendo en tu mirada
toda la copa del placer.
No agradecida con lo que siento,
vayas a cubrir tu amoroso rayo
que en triste desmayo
velas el cielo de mi tormento.
Deja que mi amor violento
su hambre intente consumir
de tu belleza o solo déjalo morir;
tan solo dame tu luz singular,
ya que si tú no puedes bajar
entonces yo tendré que subir…
© Elvis Dino Esquivel
Imagen: Howard Chaykin
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