No esperes que la brisa del olvido
borre las huellas que dejé en mi paso:
¡nuestro amor es un mar embravecido
que siempre golpeará nuestro fracaso!
¡Te fuiste tan calmada y convencida,
queriendo extinguir de este amor su matriz,
sin saber que en el pasado de tu vida
siempre seré yo una permanente cicatriz!
¡Yo fui tu primer amor! ¡En la intimidad
fui el que te hizo sentir amor por vez primera,
y en el alma cargarás por toda la eternidad,
los besos y caricias que llenaron tu vida entera!
Por el inmenso océano de nuestra pena
navegamos los dos sin destino determinado,
¡no hay guardacostas que nos salve de la condena
que hundirá la balsa de nuestro triste pasado!
Cuando la noche esté al descubierto
sobre ese océano que juntos recorremos,
¡los dos soñamos con el mismo puerto,
con el puerto al que jamás regresaremos!
¡No habrá paz para ninguno de los dos
ni en la ribera soleada ni en la costa umbría,
porque soy aún el sol de nuestros mundos
y eres tú aún la luna de la noche mía!
Debimos razonar, antes de amarnos;
debimos razonar pero no lo hicimos:
¿con quién demonios podremos reemplazarnos
si cada vez nos buscaremos a nosotros mismos?
¡No encuentro a un amor que reemplace
al gran amor que por mí sentiste un día,
y aunque tu boca a mis labios desplace
mis sollozos ojos te idolatran todavía!
Hay que aceptar, musa, la derrota
y hay que olvidarnos de nuestra sentencia;
hay que rogarle a nuestra destinación rota
que de una vez termine nuestra existencia.
¡Para parar de sufrir las hostilidades
de esta maldita ribera desierta,
me encomendaré a las tempestades
que ayudan a olvidar la ilusión muerta!
¡Hazle como yo! Pues nunca podremos
regresar a ese puerto distante,
¡la pesada ancla tiremos
en medio de este mar agonizante!
Aunque lejos de mí estés, no me desespero,
porque en la oscuridad de tus noches frías,
¡sé que soñarán tus labios y tu cuerpo entero
con el calor de las caricias mías!
© Elvis Dino Esquivel
Imagen: debNise
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