Lux aeterna
I
¡No pienses que me importa que me ignores
ni pienses que por ti muero de frío!
¡Es tan profundo el sentimiento mío
que ni una lágrima más por ti esperes!
A mi mente no llega tu agrio desdén:
¡apiádate de mi pena desolada
hasta que encuentre en tu culposa mirada
todo aquello que soñé en el mar de Adén!
Tú no tienes el derecho de olvidarme,
pero, si tienes ganas de aborrecerme:
¡te prometo por la gloria que has de verme
tranquilo y libre de tu imbécil amor!
Creí que en esta noche encontraba calma,
sin embargo, no se ha secado la flor:
aun después de que me arrebataste el alma,
no me arrojaste al abismo del olvido;
sin mí, tu vida no tiene sentido.
II
Te juro por la luz de la vida mía:
¡qué te buscaré como la sombra al día!
¡Te amaré como el marinero ama al mar!
¡Te exploraré como el barco al océano inmenso!
¡Te saludaré como el heroico militar
saluda su amada insignia cuando va en descenso!
¡Sobre el destruido altar de mis amores,
vivirá para siempre tu memoria!
Con tus rechazos reconstruiré mi gloria
para salvarme de mis pesares.
Tal como une a los prisioneros su cadena
nos unirán los pobres versos que te envío,
confesándote que te amé, dulce bien mío,
con dulce amor que corazones envenena.
¡Qué poco importa el amor de otras mujeres,
si mi cobarde corazón no te olvida!
¿Por qué en los momentos más lindos tu vida
niegas nuestras noches llenas de placeres?
Soy un alma que se quedó sin consuelo
y un taciturno astro que perdió su cielo.
III
Para hacer nuestras historias inmortales,
yo derramaré mi sangre, gota a gota,
en las avenidas de la edad remota
con versos de poemas miserables.
El destino te encontrará a mi lado,
vivirás sola al compás de mi vida:
serás la planta que será nutrida
con sangre de un corazón helado.
Y cuando llegue la hora ambicionada,
cuando en el otoño con una flor marchitada,
mi ángel decore triste mi abandonado ataúd,
te confesará al oír las brisas del paisaje:
«¡De la corriente, el viento es el mensaje
que te deja al recordar tu ingratitud!»
Te juro que nadie te amará como yo te amo,
nadie te adorará como yo te adoro,
nadie exclamará su amor como yo lo exclamo,
ni absolutamente nadie en tu corazón de oro
los tesoros del universo encontrará…
como yo encontré, bajo tus pies pequeños,
¡mis alegrías, mis inspiraciones, mis sueños
y mi vida que ahora rogándote está!
Tú has olvidado todas las horas bellas
en que me sorprendieron las estrellas
junto a ti, reclinado en tu balcón,
bañándome con la lluvia de tus ojos,
mientras yo, desquite de tus enojos,
suplicaba por tu olvidadizo corazón.
IV
Aún recuerdo tus amantes cartas,
las que tu gran cariño me escribía:
– «¡Si estás celoso» – tu pasión decía –
«es de ti mismo que celoso estás,
y si del eco de unos pasos huyo,
el eco aquel es del paso tuyo,
que a donde voy en mi memoria vas!»
¿Cómo quieres que perdone y que olvide,
si esas tétricas frases de ingenua ternura
brillan en medio de la noche oscura
en que deambulamos dementes los dos?
Juraste que perdiéndote a ti, perdió mi anhelo
el bienestar en la tierra y, en el eterno cielo,
el inmaculado deleite de aproximarse a Dios.
No sabes que sin ti me encuentro tan vano,
tan miserable como el desgraciado gusano
que se compara al águila genial.
Porque si muero sin el aroma de tu esencia,
cuando llegue de Dios a la presencia
¡llegaré cubierto en lodo terrenal!
V
¡Tú eras lo más noble de mi inspiración!
Si algo extraño mi ambición soñaba,
era que en tus ojos encontraba
toda la divinidad de mi ambición.
Aún batallo por ti. Esperando con ilusión,
sin cerrar los ojos contemplaré al destino,
porque incendia las espinas del camino
en que revuelca mi noche, tu visión.
Tu mirada que mis penas magnifica,
tu mirada que me motiva hacia el mañana,
tu mirada cuya frente soberana
trae una corona de luz glorificada.
Tu mirada, que despedazando la luz
con que me oprime tus misteriosos ojos,
de su aureola con los anillos rojos
hace relucir los clavos de mi cruz.
Caminando como Orfeo caminó,
yo he de llegar al fin de la jornada,
dejando tu memoria encadenada
al nombre que tu orgullo rechazó.
Solos, tristes, derrotados por la vida,
descenderemos juntos la pendiente,
y cuando muera el sol de tu frente,
¡te prestaré mis claridades enseguida!
VI
Cuando sobre las cumbres de tu pecho
las flores de la tumba abran su broche,
y se suban las larvas de la noche
a refugiarse en la boca del despecho.
Cuando emerja lo triste de tu mirada
disuelto en las neblinas de la sierra,
por el amor con que te amé en la tierra:
¡la apariencia tuya vivirá inmortal!
Como Romeo por dolor estridente
murió junto a su Julieta amante,
moriremos en círculo incesante,
amargada tú y yo indiferente,
al recordar que en su agobiante vuelo
mi inspiración, por tu orgullo despreciado,
en torno de tu frente ha colocado
una tiara de luz eterna en tu cielo.
© Elvis Dino Esquivel
Imagen: sarramed
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